Trabajando juntos en pro de la Física

Breve biográfia de Albert Einstein

 

 

 

 

La historia que hoy aquí se intenta reflejar es la aventura biográfica de Albert Einstein; una historia compleja, suculenta y algo dispar, analizada, eso sí, desde una perspectiva un tanto diferente.

 

Se trata, en suma, de la sin par semblanza de un chico tímido y retraído, con dificultades de lenguaje y una cierta lentitud en el aprendizaje durante sus primeros años escolares, al que pocas primaveras después, paradójicamente, le apasionaría el mundo de las ecuaciones, en cuyo aprendizaje entró de la mano de su tío, de tal modo que con una edad muy temprana llegaría a dominar con una soltura inusitada la ciencia matemática.

 

Así, es lógico que calara pronto en él la idea de Kant de que las matemáticas habitan dentro del propio intelecto del hombre. A la postre, este hombre, dotado de una exquisita sensibilidad que desplegó, por ejemplo, en el aprendizaje del violín, sería el científico destinado a integrar y proyectar, en una innovadora y revolucionaria concepción teórica, los conocimientos que una larga hilera de ilustres científicos fueron preparando con laboriosidad, tesón y generosidad.

 

Pero hay más detrás de la vida de Einstein: fue un científico que ha legado su preeminencia, hasta ahora, de una forma sin igual. Combinaba la genialidad y la inteligencia de Newton, con un carácter simpático y entrañable; era capaz de ser un visionario como Kepler, y, al mismo tiempo, tener los pies en el suelo.

 

En suma, un auténtico ciudadano del mundo al que le interesaba comprender el universo a la par que le preocupaba el destino del hombre.

 

Albert Einstein nació en Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879. Cuando todavía no había cumplido dos años, su familia se trasladó a Munich, donde su padre regentó un local destinado a la venta de aparatos eléctricos.

 

De esta época es dato curioso el hecho de que, a pesar de ser hijo de padres judíos, realizara sus primeros estudios en una escuela católica. Allí, en Munich, permanecería hasta 1895, año en el que su familia se ve impelida a trasladarse a Italia tras el hundimiento del negocio eléctrico paterno.

 

En principio, la familia decide que el joven Einstein se quede en Munich para poder así concluir su formación escolar; sin embargo, Albert, un joven al que el colegio no le motivaba en absoluto, no tardaría en abandonar la escuela para ir a reunirse con su familia, faltándole aún tres años para terminar su educación media.

 

Así, cuando contaba dieciséis años, Albert, mientras recorría Italia estudiando por su cuenta, tuvo la impagable oportunidad de conocer la gran tradición cultural italiana, lo que le causaría un profundo impacto.

 

En «la bota» gozó de una gran independencia, llevando, como consecuencia, una vida alocada y descontrolada; este hecho motivó que su padre le obligara a plantearse ir a la universidad. Fruto de esta imposición paterna, fue su regreso a Munich y, para continuar sus estudios, su posterior traslado a Zurich.

 

Por desgracia, en la ciudad suiza no pudo ingresar en la universidad, dado que Einstein no había completado sus estudios de secundaria. Buscando una vía alternativa a la formación universitaria, intentó, y consiguió, incorporarse al Instituto Politécnico de Zurich, donde pudo estudiar física y matemáticas con los prestigiosos Heinrich Weber y Hermann Minkowski.

 

Fueron tiempos de luces y sombras: en paralelo a los estudios, Einstein padeció el hambre y la segregación académica por el hecho de no ser suizo. En el año 1900 se casó con una joven matemática croata, Mileva Maric, tras, por fin, haber podido concluir sus estudios y haber obtenido la nacionalidad suiza.

 

La conclusión de los estudios vino acompañada de la supresión de la asignación que le enviaba su familia y que malamente le permitía sustentarse; Einstein se veía entonces obligado a buscar trabajo, lo que no se antojaba fácil: durante dos años se mantendría a costa de empleos temporales, fundamentalmente impartiendo clases particulares.

 

 En 1902 la fortuna empezaría a sonreírle: ese año ingresó en la oficina de patentes de Berna, al conseguir un trabajo como especialista técnico. Gracias al dominio que adquirió en su trabajo, pudo compaginar éste con sus propios estudios sobre Física. Entre 1902 y 1909, Einstein consiguió publicar una serie de trabajos sobre Física teórica que posteriormente enviaría a las Universidades de Zurich y Berna.

 

En estos trabajos ya postulaba sobre los cuantos de luz, para explicar el efecto fotoeléctrico; analizaba el movimiento browniano y abordaba la electrodinámica de los cuerpos en movimiento, a través de los cuales exponía la relatividad especial.

 

 Así, al finalizar 1909 Einstein sería nombrado profesor asociado de Física en la Universidad de Zurich y reconocido como el principal pensador científico de habla germana. En el año 1911 su destino sería la Universidad de Praga y, un año más tarde, el Politécnico sueco.

 

Esta etapa itinerante culminaría el año 1913, cuando Albert consiguió el prestigioso y excelentemente remunerado cargo de director del Instituto Kaiser Wilhelm.

 

A pesar de tener varios hijos, su matrimonio con Mileva resultó un fracaso, por lo que se divorciaría de ella. Según parece, Mileva sufría de melancolía, mal del que fue empeorando progresivamente con agudas crisis: a consecuencia de esta enfermedad, con el paso del tiempo se había convertido en una mujer callada e introvertida, que, al pasar de ser una antigua compañera de estudios matemáticos de un joven a ser ama de casa y sirvienta de un físico de ya cierta celebridad, sentía un gran frustración y un cierto resentimiento que llegó a transmitir a uno de sus hijos.

 

Así, Einstein contraería matrimonio en segundas nupcias, en 1915, con su prima Elsa Einstein, separada y con dos hijas. Elsa fue una mujer más flexible y adaptada a las peculiaridades de Einstein; tenía una excelente mano izquierda para ser filtro de los numerosos visitantes del físico alemán, al tiempo que era una mujer tremendamente comprensiva con el trabajo de Albert. A su lado, Einstein vivió momentos de gran felicidad.

 

 

 

 

 

En el año 1921 Albert Einstein fue galardonado con el Premio Nóbel de Física por sus investigaciones sobre el efecto fotoeléctrico y sus consecuentes aportaciones al terreno de la Física.

 

Pero la biografía de Einstein no es solo la historia de un científico: a lo largo de su vida, en todo momento, Einstein sintió la necesidad de vivir plenamente inserto en su propia época, así como de comprometerse de lleno y colocarse al lado de sus semejantes, compartiendo sus problemas, sus sufrimientos, sus desgracias y sus dudas.

 

Sus intervenciones y sus actos políticos revelan una radical y fundamentada oposición hacia toda autoridad cimentada sobre el odio, la violencia o la intolerancia. Al tratarse de una persona firmemente convencida de que si algo se puede comprender es posible explicarlo con claridad, creía en el poder de la palabra como herramienta fundamental de la convivencia y del entendimiento entre las distintas formas de concebir la vida.

 

Ya en 1910 se definió públicamente como judío para expresar de forma fehaciente su disconformidad con el ambiente fuertemente antisemita que inundaba la Universidad de Praga.

 

Desde aquel momento, a pesar de que su judaísmo estaba más basado en el carácter ético que en un fondo religioso, su identificación con la causa judía sería una constante que, en gran medida, condicionaría su devenir.

 

Einstein viajó a lo largo de todo el planeta durante los años veinte, tanto como orador en favor de causas democráticas, como, por supuesto, en calidad de miembro estimado de la comunidad internacional de físicos.

 

En paralelo, desde 1919 se había empezado a desarrollar un fuerte antisemitismo en su país de origen, liderado por el entonces emergente partido Nazi.

 

Einstein se convirtió en aquel momento en el centro de muchas dianas, hasta el punto de que los físicos afines al nazismo llegaron a calificar la Teoría de la Relatividad como base de una «física judeo-comunista».

 

Einstein, que observaba con temor el tremendo potencial que acumulaba Alemania, decidió entonces, ayudado por otros muchos judíos, intentar organizar un grupo apolítico, que surgiera dentro del seno de la propia comunidad judía, cuya piedra angular fuera la acción unida contra el nazismo.

 

Sin embargo, el movimiento nazi no dejó de crecer y la llegada de Hitler al poder, a comienzos de la década de los treinta, traería consigo el antisemitismo más irracional y despiadado que se pudiera imaginar.

 

Einstein abandonaría Alemania en 1932 para no volver nunca más y, en 1933, renunció, como gesto de desprecio hacia la política nacionalista hitleriana, a la ciudadanía alemana; la propiedad que dejó en Alemania fue confiscada por el gobierno alemán que, además, colocó el nombre de Einstein en la primera lista de ciudadanos a los que despojaba de su ciudadanía alemana, por el hecho de ser reconocidos como judíos.

 

Tras abandonar Alemania, vivió primero en Coq, Bélgica, gracias a una invitación de los reyes de aquel país. Allí permaneció poco tiempo; posteriormente, residió temporalmente en Francia y Gran Bretaña.

 

Durante este periodo itinerante, muchas universidades extranjeras estaban ansiosas por acoger al renombrado científico; Einstein, entre tantas ofertas, aceptó la que se le remitió desde el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en New Jersey.

 

Así, llegó a los Estados Unidos en octubre de 1933, donde se integró estupendamente, hasta el punto de que en 1940 consiguió la ciudadanía norteamericana. Allí, Einstein trabajaría por integrar en una misma teoría las cuatro fuerzas características de la naturaleza: gravedad, electromagnetismo, y las subatómica fuerte y débil, comúnmente conocidas como «fuerzas de campo».

 

Desgraciadamente, su esposa Elsa murió en 1936. Dos mujeres, una hermana de Elsa y la que siempre fuera secretaria de Einstein, vivirían, a partir de este momento, con él, en Princeton, ayudándole en las tareas cotidianas. Sin embargo, nada pudieron hacer para rellenar el vacío espiritual que a Einstein le había dejado su mujer al marchar: tal fallecimiento fue, para él, el inicio de una época de soledad; soledad que sería la nota característica de los difíciles años que vendrían a posteriori.

 

Al enviudar, Einstein se vio envuelto en un denso vacío, que se fue apoderando poco a poco de él; la vejez le alcanzó de forma inadvertida y en silencio, pero, a pesar de todo, Einstein supo aceptarla con naturalidad.

 

Einstein murió la mañana del día 18 de abril de 1955 en el hospital de Princeton; nadie recogió sus últimas palabras, ya que la enfermera que le velaba no entendía la lengua germana. Por expreso deseo suyo, recibió un funeral muy sencillo e íntimo y sus cenizas, posteriormente, fueron depositadas en algún lugar desconocido.

 

Einstein era, además de un científico irrepetible con una mente privilegiada, un ser humano extraordinario. Poseía una sensibilidad exquisita; amaba la belleza y todo lo que en su entorno tuviera cierto aroma poético.

 

Esta ternura se exteriorizó de muy diversas formas: la cultura no era para él un deleite, sino una honda inquietud que residía en lo más profundo del alma.

 

La música le atrapó con sus armoniosas cadencias desde que era muy pequeño; la magia propia de ese arte que combina los sonidos armoniosos le emocionaba como nada de este mundo: se dice que le arrancaba lágrimas y le provocaba momentos de ternura y alegría infinitas.

 

Adoraba su viejo violín, vetusto instrumento con el que interpretaba piezas de Mozart, ora a solas, ora acompañado; ora recluido en su casa, ora paseando…

 

 

 

 

No amaba el dinero; es más, desdeñaba las grandes fortunas y las comodidades. Su aspecto tan caricaturesco es una viva expresión de este desdén: vestía unos zapatos sin lustrar -que, además, siempre eran los mismos-, pantalones de entrecasa y un jersey ligero cerrado bastante desgastado e incluso deshilvanado por algunos puntos.

 

 Él era así: ésta era su peculiar forma de rebelión contra el orden socialmente establecido y los cánones impuestos por la tradición. Era su deseo intentar borrar toda muestra que revelara afecto hacia lo redundante y lo innecesario en todos los órdenes de la vida: ya fuera en el comer, en el vestir o en la forma de desenvolverse en sociedad. Era noble de espíritu y vivía totalmente despreocupado por el «qué dirán».

 

El hecho de no sentir ningún apego hacia ningún objeto material, hacía que la generosidad y la espontaneidad fueran unos valores inherentes a él. De ahí que, por lo general, prefiriera tratar con gente sencilla, desprovista de todo protocolo, y para quien la cultura no fuera un mero refinamiento, sino una inquietud espiritual. Él no necesitaba de riquezas ni de frivolidades.

 

A lo largo de su vida, tuvo, como todo ser humano, una larga hilera de problemas y escollos, como es el caso del fallecimiento de varios de sus hijos o el ya comentado fallecimiento de su esposa: siempre intentó superarlos sin herir sentimientos ajenos y sin alterar su característica línea de conducta.

 

Era moderado, al tiempo que curioso: esa curiosidad le hacía plantearse permanentemente dónde empezaba y terminaba el cosmos o cuál era el indescifrable destino del hombre; la moderación le permitió no improvisar nunca en sus juicios, ni emitir ideas carentes de fundamento.

 

Adoraba dar paseos por los parques, los jardines y, aún más, por los bosques; dicen los que le conocieron que se extasiaba en la naturaleza, dado que adoraba la soledad y el silencio. Con frecuencia, se le podía encontrar en algún café cercano a su casa, solo, abstraído y fumando en pipa.

 

 

 

 

 

 

De entre la larga hilera de anécdotas en que se vio involucrado Einstein, sin duda, uno de los episodios más convulsos y sujetos a polémica fue su relación con la bomba atómica.

 

En una carta de carácter meramente informativo redactada el día 2 de agosto de 1939, y dirigida al entonces presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, Einstein advertía del potencial energético del uranio, desconociendo completamente que la sugerencia que estaba aportando sería utilizada posteriormente para crear un arma devastadora.

 

Así, por designio de la Casa Blanca, se constituyó el Comité Asesor sobre Uranio, del que Einstein nunca formó parte; y, en 1940, Estados Unidos creó el Proyecto Manhattan orientado al desarrollo de bombas atómicas, para el cual tampoco se contó con Einstein.

 

El día 6 de agosto de 1944, en uno de los episodios más tristes de la historia de la humanidad, Estados Unidos comprobaba la eficacia destructora de tal artefacto. Tras la sucesiva negativa de Japón a rendirse, cuando pasaban quince minutos sobre las ocho de la mañana de aquel día veraniego, un avión B29 -pilotado por dos hombres que desconocían el alcance del arma que transportaban- que sobrevolaba la isla asiática a solo 600 m de altura, dejó caer por sorpresa la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima.

 

Al relámpago cegador y a la formación del ingente hongo de humo producido por el explosivo, siguieron una fortísima ráfaga de viento provocado por el estallido y, en zonas más apartadas, el derrumbe de una cantidad ingente de edificios.

 

Los resultados hablaban por sí solos: 120.000 personas murieron en forma instantánea y otras 70.000 resultaron heridas a causa de los devastadores efectos radiactivos y destructores del arma; la radiación llegó a producir quemaduras de tercer grado a personas situadas hasta a 1.600 metros a la redonda.

 

Tres días después se repetía la triste escena en otra ciudad: Nagasaki. Ante estos ataques, Japón se vio obligado a capitular, con lo que concluía la II Guerra Mundial.

 

 

 

 

 

 

 

 

Aunque es muy difícil establecer y valorar la responsabilidad de Einstein en semejante desastre, el lanzamiento de la bomba atómica, y sus funestos resultados, causaron en Albert un daño del que nunca conseguiría recuperarse: Einstein, que fue toda su vida un pacifista convencido, no podía entender que su teoría fuera utilizada como símbolo de una guerra atroz, y no en pro del progreso y de la ciencia («hubiera preferido ser fontanero, en vez de científico», llegó a decir a propósito de la catástrofe).

 

Además, después de tan desgraciado evento, la relación entre el científico alemán y la energía nuclear estaría permanentemente en el punto de mira de sus detractores.

 

Einstein decidió, a partir de este instante, dedicar todos sus esfuerzos, con notable éxito gracias a su prestigio y a su influencia, a advertir a la humanidad del riesgo de un holocausto nuclear.

 

Así, en mayo de 1946 fue nombrado presidente del Comité de Emergencia de Científicos Atómicos, que surgía con el objetivo de intentar tener bajo control el manejo de la energía nuclear.

 

Desde este puesto, Einstein luchó por el desarme nuclear a nivel mundial, se pronunció en contra del rearmamento de Alemania tras la II Guerra Mundial, y criticó con dureza las políticas implementadas por Estados Unidos durante la guerra fría.

 

El activismo de Einstein contra las armas nucleares continuaría casi hasta el día de su muerte: dos días antes de su fallecimiento, en 1955, Einstein se adhería al reclamo promovido por el filósofo y matemático Bertrand Russell, dirigido a los científicos de todo el mundo, para limitar el armamento nuclear y en el que se lanzaba la siguiente pregunta: «¿vamos a poner fin a la raza humana o renunciará la humanidad a la guerra?»

 

 

 

 

 

 

 

Rabindranath Tagore afirmaba que el mundo es relativo, porque, según él, la realidad depende de nuestra propia conciencia. Paradójicamente, Einstein, el padre de la Teoría de la Relatividad, admitía la verdad, fuera de toda existencia del individuo.

 

La comedia humana, que es en cierta forma a lo que, según Einstein, se podía en ocasiones reducir la propia existencia, crea ataduras, si bien resulta un trabajo bastante quijotesco el desprenderse de ellas y vivir de acuerdo a dictámenes más profundos y honestos.

 

La amistad perpetrada entre ambos -Tagore y Einstein-, representaba, en una época tan convulsa, la unión de Oriente y Occidente unidos, a fin de edificar un mundo mejor con amor y entusiasmo. Su ejemplo debería iluminar, hoy día, a muchos...

 

 

 

 

 

 

 

Aunque repitió muchas veces que hubiese preferido ser un simple relojero, sus aportes al avance de la humanidad, más allá de que sus teorías hoy estén cuestionadas, han sido fantásticos, hasta el punto de que cambiaron la forma de ver el mundo por completo.

 

Y ésta, de forma sintetizada, es la historia de un pacifista sin igual; la semblanza de un hombre extraordinario que creía en el poder de la palabra y no en la violencia; el relato de una mente privilegiada que tuvo que cambiar el rumbo de sus valores, porque los acontecimientos históricos no le dieron otra opción.

 

La Edad Contemporánea jamás deberá olvidar que, gracias a este genial físico y sus descubrimientos, algunos hombres encontraron el espíritu de la paz, y algunos pudieron volver a mirarse como hermanos; la vida seguía siendo digna y respetable, aunque un nuevo periodo acababa de nacer: la temible era atómica, con toda su cruel magnitud y consecuencias. Sin embargo, el hombre tiene, en palabras del propio Einstein, un arma más poderosa que la bomba atómica: la paz.

 

 

 


Frases celebres.

 

 

  • Soy, en verdad, un viajero solitario; y los ideales que han iluminado mi camino y me han proporcionado una y otra vez nuevo valor para afrontar la vida han sido la belleza, la bondad y la verdad.

 

  • Yo nunca pienso en el futuro; llega demasiado aprisa.

 

  • El verdadero valor de un hombre se determina examinando en qué medida y en qué sentido ha logrado liberarse del «yo».

 

  • Solamente una vida dedicada a los demás merece ser vivida.

 

  • La vida se vuelve complicada porque alguien se encarga de ponerle obstáculos.

 

  • Hay dos maneras de vivir la vida: una, como si nada fuera un milagro, la otra, como si todo fuera un milagro.

 

  • Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad.

 

  • Los grandes espíritus siempre se han encontrado la violenta oposición de las mentes mediocres. Estos últimos no pueden entender que un hombre no se someta irreflexivamente a los prejuicios hereditarios sino que emplee honestamente y con coraje su inteligencia.

 

  • La preocupación por el hombre y su destino debe constituir siempre el interés principal de todos los esfuerzos técnicos. No lo olvidéis jamás en medio de vuestros diagramas y de nuestras ecuaciones.

 

  • Intenta no volverte un hombre de éxito, sino un hombre de valor.

 

  • Quien crea que su propia vida, y la de sus semejantes, carece de significado no sólo es un infeliz, sino que ni siquiera es capaz de vivir.

 

  • Sólo aquel que se consagra a una causa, con toda su fuerza y alma, puede ser un verdadero maestro. Por esta razón, ser maestro lo exige todo de una persona.

 

  • Lo importante es no dejar de hacerse preguntas.

 

  • Quien nunca ha cometido un error, nunca ha probado algo nuevo.

 

  • La experiencia más bella y profunda que un hombre puede tener es el sentimiento de lo misterioso. Es el principio subyacente de la religión así como de todo serio emprendimiento en el arte y la ciencia. Aquél que nunca ha tenido esa experiencia, aquél que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse, más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados.

 

  • Cuando las leyes de la matemática se refieren a la realidad, no son ciertas; cuando son ciertas, no se refieren a la realidad.

 

  • Cada día sabemos más y entendemos menos.

 

  • La mayoría de las ideas fundamentales de la ciencia son esencialmente sencillas y, por regla general, pueden ser expresadas en un lenguaje comprensible para todos.

 

  • El arte es la expresión de los más profundos pensamientos por el camino más sencillo.

 

  • Lo más bello que podemos experimentar es el lado misterioso de la vida. Es el sentimiento profundo que se encuentra en la cuna del arte y de la ciencia verdadera.

 

  • A mí me basta… con el conocimiento… de la mínima parte de la razón que se manifiesta en la naturaleza.

 

  • Se debe hacer todo tan sencillo como sea posible, pero no más sencillo.

 

  • La imaginación es más importante que la sabiduría.

 

  • ¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.

 

  • Lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible.

 

  • El esfuerzo por unir sabiduría y acción se logra pocas veces y dura poco.

 

  • Es increíble que la matemática, habiendo sido creada por la mente humana, logre describir la naturaleza con tanta precisión.

 

  • Cuando un hombre se sienta con una mujer hermosa durante una hora, parece que solo ha pasado un minuto. Pero si, en cambio, le sentáramos en una estufa caliente durante un minuto, le parecerá más de una hora. Eso es relatividad.

 

  • No creo en el libre albedrío. Las palabras de Schopenhauer «el hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede decidir qué es lo que quiere» me acompañan en todas las situaciones de mi vida y me reconcilian con las acciones de los demás… Esta conciencia de la falta de libertad me impide tomar a mis congéneres y a mí mismo demasiado en serio.

 

  • No creo, en el sentido filosófico del término, en la libertad del hombre. Cada uno obra no sólo por una coacción exterior, sino también por una necesidad interior.

 

  • Todo lo que es realmente grande e inspirador es creado por el individuo que puede trabajar en libertad.

 

  • Los privilegios basados en la posición o en la propiedad me han parecido siempre injustos y perniciosos, como también me lo ha parecido todo culto exagerado a la personalidad.

 

  • El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad.

 

  • El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad.

 

  • Pocos son los que ven con sus propios ojos y sienten con sus propios corazones.

 

  • Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.

 

  • Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos.

 

  • Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana, y del universo no estoy tan seguro.

 

  • La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.

 

  • Al principio, todos los pensamientos pertenecen al amor. Después, todo el amor pertenece a los pensamientos.

 

  • Mi ideal político es el democrático: cada uno debe ser respetado como persona y nadie debe ser divinizado.

 

  • La palabra «progreso» no tendrá ningún sentido mientras haya niños infelices.

 

  • Tendremos el destino que nos hayamos merecido. La suerte de la humanidad es, generalmente, la que ella se merece.

 

  • El que se siente en condiciones de marchar con placer, codo con codo, al son de la música marcial, ha recibido un gran cerebro sólo por equivocación, puesto que le hubiera bastado con la médula espinal.

 

  • No sé con qué armas se luchará en la III Guerra Mundial, pero sí sé con cuáles lo harán en la IV Guerra Mundial: palos y piedras.

 

  • El problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón.

 

  • Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica yo sugerí la mejor de todas: la paz.

 

  • ¡Cómo me gustaría que en algún sitio existiera una isla para aquellos que son prudente y bondadosos! En tal lugar, hasta yo mismo sería un ardiente patriota.

 

  • La vida es hermosa: vivirla no es una casualidad.

 

  • Nunca creeré que Dios juega a los dados con el universo.

 

  • En estos tiempos materialistas que vivimos, la única gente profundamente religiosa son los investigadores científicos serios.

 

  • Creo en el Dios de Espinoza, que se manifiesta en la armonía ordenada de todo lo que existe, no en un Dios que se preocupa por el destino y las acciones de los seres humanos.

 

  • El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir.

 

  • El comportamiento ético de un hombre debería basarse, con eficacia, en la compasión, en la educación y en las ataduras y necesidades sociales; no es necesaria ninguna base religiosa. El hombre iría realmente por mal camino si se viera restringido por el miedo al castigo y por la esperanza de la recompensa tras la muerte.

 

  • El amor por la fuerza nada vale, la fuerza sin amor es energía gastada en vano.

 

Albert Einstein

 

 

 

 

 

 

 

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